Olía a madera y a campo, la naturaleza mantenía un harmonioso silencio. La tranquilidad inundaba el ambiente.
El silencio lo rompió el ruido de tierra moverse, de metal golpeando piedras, de forma constante y continua. Seguido de cortos periodos de silencio. El olor a humedad, y a tierra comenzó a triunfar por la zona.
Mientras un pájaro, no sabría decir cual, pero supongo que un cuervo, graznó. Y su eco reverberó, en cada esquina llenando los oídos en un segundo interminable.
El vello de los brazos se erizó y un frió estremecimiento les recorrió la espalda.
El cielo seguía cerrado y una extraña sensación dejaba el ambiente cargado de mal estar.
Quizá era pena y remordimiento.
Volvió el sonido de tierra golpeada, el sonido tan característico en los huertos. Constante, marcándose en los tímpanos, con la humedad entrando por la nariz hasta los huesos.
La angustia, el miedo y una tensión sin sentido rodeaba el ambiente, hasta el punto de dar la sensación de parar el tiempo. Cuanto mas despacio parecía ir el tiempo mas rápido iban los corazones. Parecía escucharse el monótono retumbo. No se podía dejar de escuchar.
El corazón se aceleraba.
Las lágrimas afloraban, mientras los sentimientos surgían. Dolor.
Hasta que todo se acabó y el tiempo se aceleró. Y con efecto contrario se dejo de sentir el golpeteo rítmico del músculo cardíaco.
El silencio volvió a reinar mientras la tristeza se apoderaba del adiós.
Bajaba.
Hacia la humedad de la tierra, donde la oscuridad se hizo cada vez mas intensa, hasta que fue completa.
Y así, sin olor ni color, en silencio, con sabor a hasta siempre.
Llegaba el final de una vida.
Seguirás estando dentro del corazón.
Del que se va.
De los que se quedan